Se dice con frecuencia que los sofistas no fueron una escuela filosófica particular, sino que la sofística constituía más bien una profesión. Eran maestros ambulantes, que hicieron su modo de vivir del anhelo que empezaron a sentir los hombres de ser dirigidos y orientados en los asuntos prácticos; anhelo que nació en aquel tiempo de las causas que ya he mencionado: las crecientes oportunidades para tomar parte en la política activa, la insatisfacción cada vez mayor respecto de las doctrinas de los filósofos naturales, y (podemos añadir) el creciente escepticismo acerca de la validez de la enseñanza tradicional, con sus representaciones de los dioses toscamente antropomórficas [...]. Pero, aunque no pueda decirse que formaran una escuela filosófica particular, los sofistas tenían en común determinados puntos (...). Compartían una actitud filosófica, a saber: el escepticismo, la desconfianza respecto de la posibilidad del conocimiento absoluto. El conocimiento depende de dos cosas: la posesión de facultades capaces de ponernos en contacto con la realidad, y la existencia de una realidad estable que pueda ser conocida. En cuanto instrumentos del conocimiento, los sentidos habían sido tratados con gran severidad, y no habían sido sustituidos por nada; y la fe en la unidad y la estabilidad del universo había sido socavada, sin que hasta entonces hubiera surgido la idea de que puede haber una realidad permanente y cognoscible fuera y más allá del mundo físico. La actitud escéptica de los sofistas puede ser ilustrada mediante citas de los dos más famosos e influyentes entre ellos, Gorgias y Protágoras. El título que preferentemente habían dado los filósofos naturales a sus obras era: "Sobre la Naturaleza (physis) o lo Existente". Parodiando los numerosos libros que llevaban ese título, Gorgias se propuso demostrar tres cosas: a), que nada existe; b), que si existiese algo, no podríamos conocerlo; c), que si conociéramos algo, no podríamos comunicárselo a nuestro prójimo. Protágoras expresaba sus opiniones religiosas en los siguientes términos: "En lo que concierne a los dioses, no dispongo de medios para saber si existen o no, ni la forma que tienen; porque hay muchos obstáculos para llegar a ese conocimiento, incluyendo la oscuridad de la materia y la cortedad de la vida humana". Fue él también el autor de la famosa sentencia: "El hombre es la medida de todas las cosas", que significa —si hemos de fiarnos de la interpretación de Platón— que la manera como las cosas se presentan a cada hombre es la verdad para él, y el modo en que se le presentan a otro es la verdad para éste. Ninguno de los dos puede achacar error al otro, pues si uno ve las cosas de una manera son de esa manera para él, aunque le parezcan diferentes al vecino. La verdad es meramente relativa [...]. El irreverente escepticismo de los sofistas afectó a la sanción de las leyes, no discutida hasta entonces porque se basaba en la creencia en su origen divino. Se creía que los antiguos autores de constituciones, como Licurgo, legendario fundador de Esparta, habían sido inspirados por Apolo, y era aún costumbre entre los legisladores acudir al oráculo de Delfos y obtener, si no el consejo del dios, por los menos su sanción para las leyes en proyecto. Este fundamento religioso de las leyes estaba siendo socavado no sólo por la tendencia atea de la filosofía natural, que los sofistas mantuvieron muy gustosamente, sino también por circunstancias externas, tales como el creciente contacto de los griegos con países extranjeros y el gran volumen que alcanzó la actividad legislativa en relación con la fundación de nuevas colonias. Los sofistas eran hijos de su tiempo. Lo primero les enseñó las diferencias fundamentales que pueden existir entre las leyes y las costumbres de pueblos que viven en climas distintos; y en cuanto a lo segundo, era difícil creer que las constituciones vinieran del cielo, cuando los propios amigos de uno (o lo que es peor, sus enemigos políticos) formaban parte de las comisiones encargadas de hacerlas. El mismo Protágoras figuró en la comisión enviada en el 443 a. C. para dar una nueva constitución a la colonia ateniense de Turii, en el sur de Italia. No es sorprendente, por tanto, que haya sido el primero en formular la teoría sobre el origen de las leyes que nosotros conocemos ahora con la denominación de "contrato social". Dijo que, para su propia protección contra los animales selváticos y para mejorar su modo de vida, los hombres se habían visto obligados en tiempos muy remotos a reunirse en comunidades. Hasta entonces no habían tenido ni principios morales ni leyes; pero la vida en sociedad no era posible si prevalecía la ley de la selva, y así, lenta y penosamente, aprendieron que eran necesarias las leyes y las convenciones por virtud de las cuales los más fuertes se comprometen a no atacar ni robar a los débiles, basándose simplemente en el hecho de que son más fuertes. Dada la premisa inicial de que las leyes y los códigos morales no eran de origen divino, sino imperfectos y hechos por los hombres, era posible deducir ampliamente conclusiones prácticas diferentes. El mismo Protágoras dijo que existían porque eran necesarias. Por esta razón fue un defensor del contrato social y pidió la sumisión a las leyes. Otros sofistas más radicales rechazaron esto y sostuvieron que los más fuertes tenían por naturaleza derecho a abrirse camino. Podían sacarse diversas conclusiones, pero la premisa era la misma para todos. Todos a la par se apoyaban en la ausencia total de valores y principios absolutos, ya se basasen éstos o no en consideraciones teológicas. W.K.C. Guthrie, Los filósofos griegos. |