Después de Parménides, la filosofía griega no podía ser ya lo que había sido, porque todos, incluso Platón y Aristóteles, advertían que había que tenerlo en cuenta y, digamos, apaciguar a su sombra o espíritu. Parménides era exactamente lo contrario de Heráclito. Para éste, el movimiento y el cambio eran las únicas realidades. Para Parménides, el movimiento era imposible, y el todo de la realidad consistía en una substancia simple, inmóvil e inmutable. Parménides llegaba a esta extraordinaria conclusión mediante un proceso mental no menos extraordinario. Hay una sentencia, cuyo autor no recuerdo, […], por la cual se comprueba que muchos problemas de la filosofía griega proceden de la confusión de la gramática, la lógica y la metafísica. […] Esto es algo particularmente importante que hay que recordar cuando se trata de entender a Parménides. Los instrumentos ordinarios de la lógica, y aun de la gramática, que hemos heredado y que hoy forman parte de los procesos mentales inconscientes aun del menos filósofo de los hombres, Parménides no los conocía, y tiene uno que realizar un esfuerzo notable para concebirse a sí mismo dentro de la piel de aquel iniciador. Una idea que los griegos de aquella época encontraban difícil de comprender es que una palabra pueda tener más de un significado. Indudablemente, tal dificultad tiene alguna relación con la proximidad de la fase mágica primitiva, en la que una palabra y su objeto formaban un todo único. Ahora bien, el verbo “ser” en griego significa “existir”. Naturalmente, en el lenguaje corriente se usaba también en el sentido completamente distinto de poseer determinada cualidad, como ser negro, ser frío, etc.; pero esto era una diferencia a la que nadie había dedicado todavía una meditación especial. […] Para Parménides, que fue el primero en pensar sistemáticamente sobre la lógica de las palabras, decir que una cosa “es” podía y debía significar únicamente que esa cosa existe, y esta idea acudió a él con la fuerza de una revelación concerniente a la naturaleza de la realidad. Toda su concepción de la naturaleza de la realidad nace de atribuir esa fuerza sencilla y metafísica al verbo “ser”. Los filósofos jonios habían dicho que el mundo era una cosa, pero que se convertía en muchas. Mas, preguntaba Parménides, ¿tiene algún significado real la expresión “convertirse en”? ¿Cómo puede decirse que una cosa cambie, como vosotros decís, por ejemplo, que el aire se cambió o se convirtió en agua y en fuego? Cambiar significa “convertirse en lo que no es”; pero decir de lo es que no es, es mentir, sencillamente. Lo que es no puede no ser algo, porque “no ser” significa desaparecer de la existencia. Entonces ya no sería lo que es; pero esto es algo que se admitió y que tenía que ser admitido desde el comienzo. El solo y único postulado de Parménides es que “ello es”, es decir: existe una sola cosa. El resto se infería de ahí […]. Todo cambio y todo movimiento son irreales, porque implican que lo que es se convierte en lo que no es o en donde no es, y es un contrasentido decir de lo que es que no es […]. Por lo tanto, el mundo real, todo lo que es, tiene que ser una masa inmutable e inmóvil de una sola clase de substancia, y que permanece siempre en quietud, eterna e inalterable. Apenas es necesario decir que no parece así, pero esto no desanimó a Parménides. Todo lo que los hombres se imaginan acerca del Universo —decía—, todo lo que piensan, ven, oyen y sienten es pura ilusión. Sólo la mente puede alcanzar la verdad, y la mente —afirmaba con la sencilla arrogancia de todos los pensadores abstractos— demuestra incontrovertiblemente que la realidad es por completo diferente. W.K.C. Guthrie, Los filósofos griegos. |